domingo, 12 de abril de 2009

Entras al Túnel.

Entras al túnel y te paras en un sitio, pasan minutos extraños en los que no sabes cómo te desplazas, no te importa, lo único que interesa es que en el momento en que salgas a la superficie el sitio sea distinto.


¿Pero, distinto de qué? Entras y sales de los mismos hoyos día tras día, escuchas los mismos sonidos, respiras el mismo aire sucio. A lo largo de tu vida pasas días, meses, y tal vez años dentro de los túneles, y la mayor parte de ese tiempo no haces más que dormitar.


Entras en una especie de letargo del cual pareces no percatarte o finges no darte cuenta… Si por lo menos durmieras verdaderamente, pero no, no descansas, el ruido te lo impide, un ruido ensordecedor, un ruido que no dice nada, que sólo llena tus oídos y tu mente para evitar que elabore cualquier tipo de pensamiento. No es necesario pensar.


¿Qué has de pensar si estás en un hoyo? Lo que tienes que hacer es acostumbrarte, saberte bajo tierra, saber que ése es tu sitio: abajo. Aun cuando salgas estarás sumergido en la podredumbre colectiva. Caminas por los pasillos de la miseria, "haces lo que tienes que hacer" y sólo eso; no te desvías nunca, vas y vuelves sobre "tu riel" en una rutina tan monótona como dar un paso a la derecha y uno a la izquierda durante años. A la derecha y a la izquierda, algunas veces hacia atrás pero nunca adelante, nunca hacia arriba, tu lugar es abajo.


Olvide lo que te iba a decir, es que últimamente todo se me olvida, he estado muy distraído…todo me distrae: me distrae el ruido que satura el aire, ese ruido de motores, bocinas, golpes; ese constante rechinido de engranes mal engrasados, sonidos de la gigantesca maquinaria del sistema, monstruo lleno de ejes, levas, cuerdas…engranes que a cada giro destrozan uno de nuestros huesos, eso también me distrae, el sonido de nuestros huesos al romperse uno a uno, algunos son mas resistentes, pero al final todos ceden.


Si estás atrapado entre los engranes y te dejas llevar, tal vez no escuches el sonido, tal vez ni siquiera sientas algún dolor. Pero si te resistes, auque sea un poco, lo sentirás, y el dolor no te dejará dormir, no te dejará comer, no te dejará respirar, no tendrás ni un momento de descanso, te dolerá cada parte del cuerpo, te dolerá el cuerpo de lado a lado, el cuerpo del que murió y no conociste, el cuerpo del que nacerá cuando tu hayas muerto, y ese dolor será lo único que te pertenezca, lo único tuyo. Si te resistes podrás escuchar el grito de impotencia que se disfraza de carcajada; también esto me distrae: las risas que sustituyen las palabras, esto en el mejor de los casos, pues en la mayoría de ellos la conversaciones se convierten en un terrible desfile de lugares comunes, un intenso zumbido que suena siempre igual y en donde se utiliza el tanto tiempo para decir tan poco, y no es que no se tenga nada que decir, lo que pasa es que siempre es mucho más interesante la "vida" del personaje de televisión que la propia, además de que ésta a nadie interesa… me distrae el eterno tic-tac de los relojes, sonido diminuto que supera en poder al más estruendoso toque de guerra, el incesante tic-tac, tic-tac, tic-tac…uno tras otro, siempre a la misma distancia, unidos cual eslabones de una cadena infinita que nos atrapa a todos, más fuerte que cualquier metal conocido, cadena que nos une a todos en una fila en la que unos tiran de otros pero nadie con la intención de liberarse.


Me trastorna la sirena de las seis, de las dos, de las diez, esa ondina de potente voz que ante la carencia de bellas formas y timbre hermoso recurre al grito desgarrador y amenazante, grito que somete, grito que convierte a los hombres en autómatas: seres sin voluntad, criaturas que
avanzan en la gran fila de la obligación, la cadena los sujeta con fuerza y ellos afirman si sometimiento, marcando la tarjeta que los acredita como esclavos, como fieles sirvientes.
Todo esto me distrae, pero también el silencio, ese andar silencioso del hombre que vuelve a casa después de haber dejado su energía en esa fabrica de grandes mangueras con agujas que se clavan a la espalda y succionan la vida de todo aquel que, paradójicamente en su intento de vivir, osa marcar su tarjeta, los pasos mudos, los pasos que ya no ríen, que ya no hablan, pues nada tienen que decir acerca de un camino tantas veces recorrido, cuando la monotonía de la vida les impide dar un paso fuera de su ruta. Ya no hay nada que decir.


El silencio de los hombres sin voz que se sientan frente al televisor para disfrutar de su tiempo libre acompañados por sus familias.


La mirada de aquel niño que trabaja en la calle vendiendo cualquier cosa para conseguir algo de dinero y comprar algo de comida o tal vez un rato fuera de este cementerio, mirada que al mendigar una moneda también exige respeto y que lo único que recibe como respuesta es la indiferencia.


Pero lo que más me distrae no es el ruido, el silencio o la mirada de otros, lo que más me distrae…y me asusta, es mí mirada…y mi silencio…


Pero bueno, eso qué importa, ahora que hablo de mí, recordé lo que te quería decir, recuerdas que te había mencionado que estaba deprimido.


– pues ya no, ahora me siento muy bien…


Enrique.