sábado, 17 de julio de 2010

Aquella madrugada del año pasado nos sucumbió



17 de Julio del 2010.

De muy niño escuché hablar de ellos.
Son del Sindicato Mexicano de Electricistas,
Un Sindicato de verdad -me dijeron-
Años después, marcharon frente a mí 
en los sucesos del 99,
durante esas tormentas aplastantes y
recorriendo avenidas colmadas de utopistas.

Mi hermano me jaloneó
No te salgas del cordón- me dijo-.
Tal vez ese cordón era un símbolo para él.
La vida fuera de él es una pesadez.
Ahora lo entiendo, hermano.

Con el tiempo, ese cordón desapareció.
Creció en mí esa Digna Rabia
y su obvio germen precursor de esperanzas.

Mi hermano dejó de salir a las calles conmigo.
Ahora está encerrado en su habitación
lamentándose de esta vida maldita
que lo fastidió desde joven.

Ya no hablamos como antes.
Ya no jalonea por lo nuestro.
Es una sombra de su pasado.
Un grito de rabia perdido
en las tardes calurosas de la ciudad.

Tardé largas discusiones e ideas frustradas
para darme cuenta que en realidad
no es un desertor de lo nuestro,
más bien está abrumado de este país.
Y no está dispuesto a cargarlos a la espalda.

Él me veía ataviado de consignas,
gritándole a la policía frente a la casa,
pintando paredes escondidas con rabia
y dibujando a los maestros
en muros olvidados por la civilización,
porosos espectadores de la inminente caída.

Nunca me dijo nada de lo que amo.
Renunció a mí, o tal vez me pasó la estafeta.
Nunca lo sabré.

Las cosas que nos unían ahora nos separan.
Pese a que las vivimos igual,
ahora somos tan parecidos pero tan diferentes.
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Lánzame esa pelota hermano
-Le gritaba yo de niño-
mientras jugábamos en el patio.
Ahí, dentro del mundo
en blanco y negro en el
que no nos pasaba nada.

El tiempo estaba detenido,
Todos juntos sufriendo pero intactos.
Ahora vivimos la pesadez de no regresar.
Esa pesadez que maldice al rápido tiempo.
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Aquella madrugada del año pasado nos sucumbió.
El gobierno había tomado su trabajo.
La planta de luz estaba rodeada de
policías con escudos enormes,
absurdas armaduras de plástico
y garrotes prestos.
Parecían asustados y temerosos 
tras sus cascos enmicados.
Estúpidamente temían una
fugaz rebelión del Sindicato.

Él salió disparado hacia allá.
Pero no había nada que hacer
40.000 trabajadores lanzados
a la calle de la noche a la mañana.
Esto es, ni más ni menos, la democracia.
Al otro día estábamos llenos de rabia
Y dolidos por el festejo de otros.

Eso era el inicio de lo peor.
Ahora los habían convertido
en los enemigos número 1 del país.
Los emisarios del poder
los señalaban, los evidenciaban
y buscaban su inmediato extermino.

Voceros gritando con espuma en la boca.

-¡Haraganes, lacras, parásitos!-
Les exclamaban cuando se
movilizaban por las calles.
-¡Se lo merecían!-
Gritaban rabiosos los asalariados
desde sus patéticos autos.

Gemían como ratas los empleados de la ciudad.

Mi hermano y sus compañeros no les respondían.
Tal vez no lo podían creer.
Eso no se puede creer.

Mi hermano se cansó
y dejó todo por la paz.
Ahora está sentado en su habitación
recordando las enormes columnas,
el ruido ensordecedor,
y las charlas por la mañana
a lo largo de los amplios pasillos
de la ya desaparecida Compañía de Luz...