domingo, 5 de noviembre de 2017

Sonríe al pensar que ha vivido mil vidas.

El historiador forja su tiempo.
Se confunde entre viejos idiomas
y escrituras en piedras viejas.
Revive ideas que fueron defendidas
y lamenta las muertes que provocaron.

Anda por los pasillos de la biblioteca
Con los brazos extendidos,
y rosa las yemas de sus dedos
en los viejos tomos numerados uno tras otro.

Y siente las historias,
y sonríe al pensar
que ha vivido mil vidas.

La pared multicolor
presenta serpientes
y rostros de conquistadores
y lo miran pensar
y ya las horas vuelan.

Pasa las hojas del diario
y lo hace con tal cuidado,
que logra preservar el pasado.

Sale de allí y huele el concreto mojado
Parte y descompone las calles en fragmentos
y mira carretas, caballos y viejos autos,
observa bebederos, garitas, fuentes,
grandes torres y árboles por doquier
y se topa con hombres con grandes sombreros
y mujeres con largos vestidos y pequeñas sombrillas
que lo atraviesan como fantasmas al cruzarse cara a cara.

Escucha gemidos de dolor,
ve charcos de sangre
y soldados hablando otros idiomas.

Mira el bar de la esquina
cerca de donde vivió el libertador americano.
Toma un trago lentamente,
y piensa en viejas discusiones,
en viejas ciudades medievales
repasa órdenes de batalla,
dinastías imperiales
y recuerda religiones extintas.

Y se detiene al pensar
en cómo debe ingeniárselas
para no olvidar jamás nada.

Se mira en el reflejo de la barra
y no puede dejar de sentir melancolía
porque todo se va y ya nadie lo nota.