lunes, 2 de mayo de 2011

Ella solía susurrar palabras en mi oído por la mañana... (Continuación)


No hubo tiempo de despedirme de él y de su suave gemir al dormir. Saciar mi sed sexual no me detuvo al alejármele entre la oscuridad como una cobarde. Tanto tiempo estuve a su lado y nunca le pregunté qué diablos me vio, tal vez, en realidad, nunca me interesó del todo. Soy una de esas chicas que sigue, sin chistar ni un segundo, esas vocecitas fantasmales que crea la conciencia libertaria. No, no estoy loca…
Los hombres a nosotras no nos gobiernan, ni mucho menos sus instituciones, ya que estas representan lo peor de ellos.

“-Los y las anarquistas son como piedras cayendo por un desfiladero. Nada los detendrá hasta cumplir gozosos su cometido- Yo le repetía esta frase mientras él limpiaba sus zapatos groseramente brillosos alistándose para ir a la oficina. Sentía una fascinación por hacerle saber que era un esclavo del sistema y que yo humildemente lo rescataría con facilidad.
Él nunca supo mucho de lo libertario. No lo lograba entender a bien. Los compañeros en las reuniones se reían de él, porque no sabía que representaba de manera excelente ese maniquí-instrumento de la “bestia”; a ellos les irritaba escucharle que los patrones nos hacían un favor al ocuparnos en sus fábricas y oficinas. Aún así me acompañaba, supongo que para no darme motivos para abandonarlo.

Creo que nunca lo entendí como nosotros. Él solía caminar sin notar los gritos y gemidos de las calles. Para nada los hombres pasados le interesaban. Vivía al día y, así, murió mi cariño hacia él. Asombrosamente no escuchaba tampoco el aleteo de las mariposas, ni podía ver el verdadero color de las orquídeas del balcón del apartamento y apreciar la hermosa manera de como estas se descolgaban por el barandal y se desprendían poco a poco para crear una alfombra violeta en la entrada del edifico. Cantábamos juntos las “Tormentas Negras” y se quedaba dormido cuando le contaba la historia de aquel pueblo libertario ibérico del 36 y su ejemplar hijo libre llamado Buenaventura Durruti. ¿Acaso él tenía que hacerlo?...

Yo aprendí del rojinegro y del dolor de portarlo como blasón. Saqué fuerzas de flaqueza en el sol capitalino y golpeé a aquel que buscara someter mi auténtica libertad de libertaria. Mi corazón estaba en la letra y no en los hombres. Respiraba para ella, caminaba lentamente la utopía, ya que no la quería devorar para que ella no lo hiciera conmigo, más cruentamente, antes. -Nosotros los y las anarquistas vivimos de eso. Empujamos la gran piedra para que caiga más rápido-

Nosotros las y los anarquistas hemos estado entre ustedes desde hace mucho tiempo. En lo antiguo matamos emperadores a pedradas. Desaparecimos religiones y resistimos a las que buscaron dominarnos. Defendimos hasta la muerte esa majestuosa biblioteca, hasta que lograron su desgraciado cometido. Aprendimos a vagar por Asia evadiendo la barbarie dinástica, por Europa combatiendo a la cristiandad y después gracias a los libros científicos, llegamos a la dolida América indígena y sembramos esa semilla libertaria de sur a norte y, para eso, tuvimos que hacer tabla rasa de muchas cosas. Los enemigos del librepensamiento buscaron absurdamente matarnos uno a uno, pero nacimos por miles de cada uno de los compañeros quemados, desmembrados, empalados, fusilados y desaparecidos en el mar. Defendimos sin cesar desde antaño a los judíos, a los gitanos, a los indígenas, a los científicos humillados, a los artistas reprimidos, los homosexuales vejados, a los desamparados aquí, allá, en todos lados…

He tratado de olvidar aquellos días de crisis. Nunca desee tanto estar muerta en vida. Ellos corrían por las calles perseguidos por los disparos que penetraban en sus cuerpos como si fueran de mantequilla. La sangre chorreaba las grandes avenidas del centro. Los bancos y centros comerciales cerraban sus puertas dejándolos a su miserable suerte. Estaba tan desesperada que los busqué en esos rincones que la luz nunca ha percibido. Me dieron pistas y las caminé para estar con ellos siempre. Aquel día dejé todo listo en el departamento, y no me atreví a decirle ni siquiera adiós compañero, tal vez regrese…