jueves, 1 de octubre de 2015

''A espantosa realidade das coisas''

A espantosa realidade das coisas
É a minha descoberta de todos os dias.
Cada coisa é o que é,
E é difícil explicar a alguém quanto isso me alegra,
E quanto isso me basta.

Basta existir para se ser completo.

Tenho escrito bastantes poemas.
Hei-de escrever muitos mais, naturalmente.
Cada poema meu diz isto,
E todos os meus poemas são diferentes,
Porque cada coisa que há é uma maneira de dizer isto.

Às vezes ponho-me a olhar para uma pedra.
Não me ponho a pensar se ela sente.
Não me perco a chamar-lhe minha irmã.
Mas gosto dela por ela ser uma pedra,
Gosto dela porque ela não sente nada,
Gosto dela porque ela não tem parentesco nenhum comigo.

Outras vezes oiço passar o vento,
E acho que só para ouvir passar o vento vale a pena ter nascido.

Eu não sei o que é que os outros pensarão lendo isto;
Mas acho que isto deve estar bem porque o penso sem esforço,
Nem ideia de outras pessoas a ouvir-me pensar;
Porque o penso sem pensamentos,
Porque o digo como as minhas palavras o dizem.

Uma vez chamaram-me poeta materialista,
E eu admirei-me, porque não julgava
Que se me pudesse chamar qualquer coisa.
Eu nem sequer sou poeta: vejo.
Se o que escrevo tem valor, não sou eu que o tenho:
O valor está ali, nos meus versos.
Tudo isso é absolutamente independente da minha vontade.

 Alberto Caeiro (Fernando Pessoa).

Lejos y lejos de ellos...






A esos que fuman y fuman y
mientras fuman y fuman
piensan y piensan,
y mientras piensan y piensan más,
se les va la juventud entre las manos
como cuando toman arena de playa y
ésta encuentra los orificios
para caer siempre, siempre
lejos y lejos de ellos
mientras fuman y fuman más…
(por lo menos ellos piensan)

viernes, 25 de septiembre de 2015

Mi nombre es Adolfo y me escurren fragmentos.





Ahora mi barba ha crecido como nunca antes.
De mi cabello brotan hilos claros
exigiendo una luz que yo les he negado.

Sentado en la calle miro a todos lados
y quedo pasmado por la nostalgia
de un mundo tenebrosamente egoísta.

Así como llegué me fui sin notarlo.
Salí del mundo y llegué a él
dando una vuelta con los ojos cerrados.

Tiempo antes caminé junto a ella y la dejé
para encontrar sus ojos en otra.
Miré a mí alrededor y vi mi cara
en la pesadumbre de un mundo inútil.

A veces me siento tan diferente
tan desconectado de toda lógica.
A las preguntas que hacen
sólo tengo más preguntas.

Incluso hasta hoy sueño y vivo
y siento que para vivir se sueña
y para soñar se mira fijamente.

En el bolsillo tengo
un encendedor, unas llaves
y restos que llevo a todos lados
de una mujer que amé.

Fumando afuera de un bar ella me dijo:
-Solo somos fragmentos Adolfo-
Fumó una enorme bocanada,
a la par se recargó en la pared
y mientras señalaba mi bolsillo
me dijo también:
-Me llevarás e iré cayendo poco
a poco de tu bolsillo mientras
forjas destino con otra mejor-

En la noche miro al cielo y pienso en la oscuridad del espacio,
en pirámides mayas cubiertas de maleza,
en piedras volcánicas porosas,
en grandes montañas cubiertas de nieve
y en la forma en cómo ella se mordía el labio ante una decisión difícil.

Construyo palabras.
Lleno huecos del pasado.
Cuando me platicas
siempre estoy ajeno,
en otro tiempo, en otro lugar y
con otras personas.
Estoy ausente de mi yo de aquí,
que es el único que vale la pena.
Lo siento tanto.

No hace mucho que tengo una mano que tiembla,
un corazón que se colapsa del cansancio
y una melancolía sobre lo que pensé que fui
y sobre lo que resulté de lo que no hice.

domingo, 24 de mayo de 2015

Del cómo reescribir mejor viejas utopías pasadas



Abigail, la de las mejillas cósmicas, me tomó esta foto en San Luis Potosí en los primeros días de este año. Si te fijas bien, podrás ver su silueta oscura en mi hombro izquierdo justo donde se unen los dos primeros cristales inferiores de la ventana. Le pedí que me dejara poner el cigarrillo a un lado mientras ella alistaba la cámara. Se negó y como puedes ver, el susodicho posa impune en mi mano derecha.



A diferencia la mayoría de las mujeres que conozco, a Abigail, la de los pies transparentes, no le gusta salir en fotografías. Sólo muy de vez en cuando, o sea en ocasiones especiales, se deja estampar pero siempre se niega rotundamente a ver el resultado.



Pues bien, estábamos en un enorme hotel rústico de largas escaleras de madera crujiente y tremendos muros gruesos muy al estilo románico. Este lugar estaba vacío y pudo haber estado muerto del todo si no hubiera sido porque ella reía y sus ecos sonaban por todas las esquinas. El lugar tenía una alberca seca ennegrecida en su fondo y una palmera tan alta que su sombra se proyectaba más allá de los muros del lugar.



En ese viaje vimos soles partiendo atardeceres amarillos por las tardes, plantas creciendo en concreto gris, luces en el cielo que los de por allá llaman estrellas, neblinas desde las cuatro de la tarde y calores a medianoche.



Es raro, porque tú me ves en esta foto y yo sólo la veo a ella sobre mi hombro susurrándome la manera en cómo reescribir mejor viejas utopías pasadas.       

domingo, 5 de abril de 2015

Camino, miro y nada me detiene.



Y entonces me dijo que yo era la persona más libre que había conocido jamás. Fuese cierto o no, sonreí estando recargado en ese bello árbol con los brazos cruzados y mirando el pasto. En una mano yo sujetaba un cigarrillo y en la otra su corazón como hecho de hilos violeta entrecruzados formando patrones simétricos. Nunca he vuelto a ver corazón tan perfecto. 


Tranquilamente recostada, tenía las piernas cruzadas bajo una larga falda blanca con bordados a mano de flores multicolores. Jacarandas recién caídas como un manto rodeaban su figura. Sandalias cafés con plumas verdes colgando decoraban sus pies. 

Ella miró al cielo por largo rato y esos mismos rayos proyectaban luces en sus mejillas y labios mientras sus cabellos ocultaban intencionalmente sus profundos y melancólicos ojos de mí. En verdad nada había sido tan perfecto hasta entonces. 

Pues bien, al juntar estos elementos todo pareció tener sentido. Ya desde entonces jamás he vuelto a andar por allí con la cara agachada. Camino, miro y nada me detiene.

domingo, 1 de febrero de 2015

Abigail me aplaude.



Abigail me aplaude cuando logro realizar una suma simple. Sabe lo difícil que me es. 

Me exige una visita guiada informal en cada museo, iglesia barroca, zona arqueológica y convento franciscano que visitamos. Dice burlonamente que los historiadores nacemos, nos complicamos y morimos entre libros que nadie quiere leer.

Abigail conecta telas con hilos finos como su cabello rojizo. Yo solamente conecto historias con palabras rebuscadas para sentirme inteligente. 

Dice que debo aprender a beberme sólo un par de cervezas y así no perderme en las noches de rostros extraños y sucias barras de bar. Lo que no sabe es que estoy perdido desde los 13 años.

Mientras comemos helado hablamos de grecas totonacas, alfardas teotihuacanas, arcos ojivales góticos, columnas salomónicas, capillas abiertas franciscanas, almenas mexicas en forma de caracol cortado, del arte tequitqui indígena, de naves en cruz griega y latina y de cómo, si te paras en una esquina de la catedral metropolitana mirando hacia arriba, notarás la inmensidad indescriptible de la ciudad. 

Le gusta que me recueste en el pasto para verme fumar e imaginar aquellos tiempos donde compartíamos bocanadas. Hablamos de cómo el poder corrompe por sí mismo y de cómo el principio de identidad es simplemente estúpido. Dice que el mejor libro es el que no se ha leído aún y que por eso debemos buscarlo sin descanso por todos lados.

Ella piensa todo el tiempo en el futuro, yo sólo lo estudio en el pasado y yo no sé qué es más importante.