Abigail, la de las mejillas
cósmicas, me tomó esta foto en San Luis Potosí en los primeros días de este
año. Si te fijas bien, podrás ver su silueta oscura en mi hombro izquierdo
justo donde se unen los dos primeros cristales inferiores de la ventana. Le pedí
que me dejara poner el cigarrillo a un lado mientras ella alistaba la cámara.
Se negó y como puedes ver, el susodicho posa impune en mi mano derecha.
Pues bien, estábamos en un enorme
hotel rústico de largas escaleras de madera crujiente y tremendos muros gruesos
muy al estilo románico. Este lugar estaba vacío y pudo haber estado muerto del
todo si no hubiera sido porque ella reía y sus ecos sonaban por todas las
esquinas. El lugar tenía una alberca seca ennegrecida en su fondo y una palmera
tan alta que su sombra se proyectaba más allá de los muros del lugar.
En ese viaje vimos soles partiendo
atardeceres amarillos por las tardes, plantas creciendo en concreto gris, luces
en el cielo que los de por allá llaman estrellas, neblinas desde las cuatro de
la tarde y calores a medianoche.
Es raro, porque tú me ves en esta
foto y yo sólo la veo a ella sobre mi hombro susurrándome la manera en cómo
reescribir mejor viejas utopías pasadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario