lunes, 19 de enero de 2009

El agua de la lluvia disolvió de mi cuerpo tus promesas...

Enero del 2008.



No quiero nombrarte y busco en las copas
el vino de olvido que nunca se da.
Pensando en arrancarte,
busco en otras bocas el fuego que borre tu beso
inmortal.
Y todo es inútil, ni copas ni besos pueden separarte,
separarte de mi, te llevo en mi sangre,
te odio y te quiero y tengo en
el pecho un infierno por ti.

No sé que decir, no sé que pensar hoy bajo la sombra de este árbol. Todo parece ensombrecer cuando busco respuestas que no hallo y que a veces me venzo en seguir buscándolas.

Tomo el cigarrillo, fumo y el humo deslizándose entre mis dedos amarillos me muestra que todo conocimiento debe ser depurado a través de los filtros de intelecto. Las frivolidades que hoy son maestras no tienen cabida. No hay lugar para ellas, no se puede perder tiempo dejándolas colarse.

La lluvia de la mañana siempre es evocadora, ella te hace pensar que no es tan malo mojarse y que todas las cosas terminan por resbalarse, tanto del cuerpo, tanto del alma. Por cierto, ayer por la noche el agua de la lluvia disolvió de mi cuerpo tus promesas, éstas recorrieron largos tramos hacia la maldita oscuridad subterránea de la ciudad. Miles de ilusiones están en lo peor de ésta, apestosas y sucias. Son prostitutas del humano. ¿Por qué engañarnos? Nadie cumple nada nunca. Nadie deja salir ya a las promesas, pues son tan imbéciles que ya no creen en nada. Todo está perdido. Yo me largo antes que me echen.

Hoy, por la mañana, camino a la escuela, recordé cuando una tarde calurosa te dije que me acompañaras para utilizar mi alcoholismo como cura a tu olvido. Fue gracioso porque no resultó, de hecho, ninguna solución he podido lograr y peor, he agravado toda mi vida. Pero no te molestes, no es tiempo, se comprendería si fuera en el futuro, pero hoy no te pierdes de nada, ya no soy una persona, sólo soy un zumbido en las orejas de mis amigos y de mi familia, que cuando la escuchan mucho, me ahuyentan con la mano y ¡zaz!, yo me esfumo de su lado. Suena algo patético, ¿no crees?

He aprendido muchas lecciones a tu lado, tantas como errores cometidos en tu contra que ya no podré resolver; el dolor se queda ahí, muy dentro y no creo que puedas algún día sacarlo; es como una espina en el pie que se entierra más cuando, digamos, caminas; ésta, la tuya, duele pero cuando me recuerdas ¿qué si la podrás sacar? Ojala, pero en verdad no lo creo.

Este día que te platico, que me acompañaste a embriagarme, me di cuenta de dos cosas: Que el tercer mundo (nuestro bar, sí, porque es nuestro) es paradójico y que el tomar con una mujer siempre es genial, pues el sabor amargo de la cerveza y el humo del cigarrillo es mezcla dulce con los besos y las miradas lujuriosas. Es estar en donde se dice todo y a la vez nada nuevo en realidad, donde a veces las lágrimas caen, como las gotas de lluvia afuera del lugar, a veces las risas salen como nunca salen afuera donde hace calor. En este lugar pude tantas veces oler tu cuello y excitarme mientras recorría tu cuerpo e imaginaba tus pechos desnudos y la curva que forma cada uno al irse separando.

El frenesí de mi embriagues siempre disparaba mis sentidos y mi realidad siempre se atenuaba para lograr ver una luz de esperanza a través de tus lindos ojos oscuros como mi alma y profundos como mis penas. Estar alterado y sonrojado siempre me dio miedo porque temía que mi sandez te alejara poco a poco de mi. Tal vez por esto, pensándolo bien, te empezaste a alejar tan sutilmente que jamás me di cuenta, hasta que cuando quise voltear a verte, tú ya no estabas, solo quedaba tu rastro de mujer y tu olor sexual que me atormentará por los años.

Dirán las gentes que es enfermizo recordar el pasado y sobre todo si es tan, pero tan lujurioso como el nuestro, pero, sabes, no me importa, la gente es imbécil como te dije arriba y no haré ya nada por ellos. Tus recuerdos son claros como el cariño, tienen olor y textura, tienen luz y flor. Es como un conjunto de sensaciones expresadas a través de los sentidos, que siempre tuve activados al acercarte un poco más. ¿Tú los habrás activado? Tal vez nunca lo sabré, como tantas cosas más. Pero en realidad los recuerdos, con el tiempo, son como insulina para el cerebro, pues tranquiliza y hace la pesadez menos mortal.

Que raro, al final de cuentas, con una hoja blanca enfrente, siempre tengo algo que recordar para decir y así pasar el tiempo buscando respuestas.

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