miércoles, 21 de enero de 2009

En la Estación de Tren.

10 de julio del 2008.


¿Qué es ella?, se pregunta el joven que está sentado en las bancas de la estación de tren. Piensa una y otra vez, busca señales que le prueben la existencia de ella. Se dice a sí mismo que ella solo es palabras e imágenes, ¿quién me puede asegurar que está viva?

De pronto, presurosa, la gente sube al tren que parte de inmediato y él se queda en el mismo lugar, en el mismo pensamiento que lo trae constante desde hace meses, nota que está solo ya. Un viento helado con pequeñas gotas de agua se cuela por su espalda y ese rocío hace estremecer su piel como un orgasmo. Las letras se vuelcan en la mente, no hay tiempo de escribirlas, gritan, huyen, se escapan y, por fin, desaparecen de ella. Y queda ese nombre, tatuado como ningún diseño extravagante. Estás muy lejos –se dice así mismo- pero solo eres palabras, imágenes y una muy linda actitud. ¿Acaso serás cierta?
El policía pasa, analiza y concluye, se deja ir.

Soles pasados lo han iluminado, ríos majestuosos se han colado entre sus piernas esos veranos en la sierra norte de Puebla. La lluvia a medio año lo ha empapado y enfermado de gravedad y los pastos largos y las grandes brizas de la montaña lo convirtieron en un anacoreta en la maldita ciudad. Ella partió hace años, odio, miseria y traición la forjaron en el viaje. Ella suele despedirlo con un beso y una promesa que él está dejando de creer. Ella dice que es lluvia, ella dice que es idea, ella dice que volverá. Ella es el susurro pequeño debajo de su oreja que al caminar lo obliga a renegar de si mismo.

Al joven se le divisa una sonrisa apenada al pensar que sabía que ella llegaría, la esperó durante años, no sabía su imagen, no sabia si era morena o de piel blanca, pequeña o tan alta como él. Solo sabía que ella pensaría como él, que odiaría lo mismo que él, pero, sobre todo y todos, que ella amaría lo mismo que él. Suaves cosquilleos da el recuerdo y dulces adicciones tienen ambos. Sabe que ella regresará y él le invitará una vela ahí mismo, ahí mismo donde el joven está sentado esperando el próximo tren y nota, de pronto, que el andén ya se llenó hasta el borde de la vía de gentes tristes y cabizbajas.


- Ella estaría molesta por no habernos ido en el tren pasado- piensa y a la vez entra al vagón, que acaba de parar taloneando espacio y recibiendo los dulces olores de la gente y de la ciudad misma, -ja ja ja- pero él ya no está allí, él ya esta muy lejos, en la sierra jugueteando con ella en el río y fumándose los dos un buen toque de mota.

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