26 al 31 de julio del 2009.
1° de abril de 1895
Hijo:
Esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, cuando debieras estar a mi lado. Al salir, pienso en ti. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina (Cadena de reloj) que usó en vida tu padre.
Adiós. Sé justo.
Tu José Martí.
Continúa la carta:
De mis manos se resbalan las colillas interminables de cigarrillos. Me acabo de dar cuenta que hoy es un buen día para morir querido amigo. ¿Notas ahora mi contradicción? Qué estúpido soy estarás pensando. Se supone que te tendría que dar, a través de esta carta, las razones para no hacer una tontería como quitarte la vida y en cambio termino, al reflexionar sobre mi, convenciéndome que yo soy el que debería morir justo ahora.
Pero sabes, querido Alfredo, ahora que lo pienso muy bien moriré con el recuerdo fugaz y hermoso de todas ellas juntas, hablando entre sí de las cosas buenas que tengo, o que tuve, en el caso que tenga algunas, o por lo menos una, la verdad deberé de tener por lo menos una, es todo lo que pido.
¿Cómo se dice? ¡Ohh! sí, ya recordé: cuchicheando cosas de mí. Seria hermoso Alfredo, verlas juntas por una ultima vez, ver su belleza, ver que se tomaron el tiempo de recordarme un poco en sus puras y blancas mentes.
Sabes, gocé de muchas bocas. Probé tantas entrepiernas trémulas y húmedas. Sentí el rosar de todo tipo de pechos sobre mi rostro. Sacié mi lujuria con gemidos y bofetadas. También las amé, una a una las amé. Sentí cosas tan inimaginables al estar con ellas, al pasearme por los parques, por salas de museos con pasillos interminables y caminar por las grandes avenidas que me seria imposible describirlas en estas líneas.

Creo que odio este bar, su color amarillo chillante y las meseras espantosas solo me provocan no alzar la mirada mientras te escribo esto: mi ultima carta para ti, y no obstante, para todos los que han respondido por mi y no han dudado de lo que soy y de lo que les quise ayudar.
En dirección acá, caminaba muy lento, quería sentir un poco más esa sensación de ver el ir y venir de la gente a través de los magníficos edificios del centro. El sol repiqueteando mis mejillas y quemando mi frente, hicieron que me arrepintiera y apresurara el paso a la sombra de esos colosos gigantes de piedra. Mi cigarrillo infaltable se consumía lentamente entre mis dedos al mismo tiempo que recordaba que hace ya algún tiempo no he entrado a algún museo. Pareciera que los he visto todos a lo largo de estos años de fiebre histórica de mí ser.