lunes, 10 de agosto de 2009

Carta al auténtico amigo. Parte III y última.

09-10 de agosto del 2009.





Desde Montecristi. 25 marzo 1895
Madre mía:
Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted. Yo sin cesar pienso en usted. Usted se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre.
Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mí alrededor, contentos de mí! Y entonces si que cuidaré yo de usted con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mí corazón obra sin piedad y sin limpieza.
La bendición.


Su José Martí
Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que usted pudiera imaginar. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca.





Te seguiré contando de las cosas buenas de la vida. Ahora que pienso renunciar a ella.

Sabes, conocí muchos sonidos. Pero no esos sonidos cotidianos que atascan los oídos y que con los años nos vuelven tediosa la vida. Los sonidos de los que te hablo son más profundos, ¿sabias que hay sonidos que los humanos no podemos escuchar? Pues mis sonidos son parecidos a esos. Mis sonidos provienen de las gentes pasadas. Y tampoco hablo de esas estupideces de hablar directamente con la gente que ha partido, no es nada de ese misticismo absurdo para pasar el tiempo. Me refiero más bien a los recuerdos y los legados dejados por los pasados. De eso te hablo amigo. Escucho sus pasos de aquí para allá tratando de resolver asuntos que en vida dejaron pendientes. Por las noches se acercan a mis oídos y me hablan de cosas hermosas que esperan por nosotros, por los humanos. Me hablan de jardines colgantes en todas las casas mucho más hermosos que los de la antigüedad. Me dicen que camine seguro y con la frente en alto. Sabes, en mi cumpleaños me rodean con sus vitoreadas de alegría y euforia. Escucho como crujen entre sus dientes las calaveras de azúcar y chocolate y como destapan sus cervezas y se sirven sus mezcales y se fuman sus cigarrillos Delicados que están sobre sus tumbas. Es una verdadera locura. Ahora que parta, sus palabras me serán, por fin, claras y sabré que tanto falta para que lleguen esos días de jardines colgantes en todas las casas de todos los hermanos míos del mundo.

Creo que cuando entré a este bar supe que todo estaba perdido, pero no lo he querido aceptar sin estar lo suficientemente ebrio. Sabes, soy muy susceptible a las adicciones. Cuando probé la marihuana en la preparatoria me volvió loco, ella me llevó con esos amigos, después vino la cocaína a punto de graduarme y una reafirmación de ella en la universidad y por último esas anfetaminas obsequiadas por esa chica llamada Carmen, de vista cansada y ahora madre de un niño cuyo padre jamás conocerá; por cierto, no olvido tu pregunta ese vienes de crisis en la cantina de la escuela sobre el por qué temblaban tanto mis manos al ofrecerme ese cigarro. Por cierto, el cigarrillo es una buena manera de dejar atrás estos vicios míos, que en lo más absoluto no me arrepiento de traerlos a cuestas. Me han dado tantas cosas…

Sabes, también conocí muchos paisajes, pero no tanto como hubiera querido, para mi desgracia. Mis paisajes fueron hermosos, desde lugares desérticos hasta cascadas y abismos inmensos donde todo era mío, donde yo le pertenecía a todo. ¿No te parece hermosa esa sensación de la inexistencia del humano? Esa sensación de que eres el único ser en cientos de kilómetros cuadrados. Donde puedes gritar que te quieres follar a la vecina que tiene unos inmensos pechos, o que en realidad son una estupidez los ideales de los ignorantes. Es estar ahí pero sin poder comprobarlo. Pero, de hecho, pensándolo bien, no creo que a alguien le interese cuestionar que tú estás ahí. Tal vez esto último sea lo mejor. Ese sonido del agua ir río abajo, el ver una imagen interminable de árboles frondosos con hongos de figuras caprichosas a sus costados y pastos largos que no sabes qué contendrán dentro de sí, es un maldito otro mundo. Colinas, montañas de piedra y cerros que son rodeados por pájaros multicolores y seres que jamás has imaginado. O no me dejarás mentir sobre lo majestuoso de una playa desierta al oscurecer y decenas de gaviotas sobrevolándola sin ninguna apuración.

Se escucha al cielo tronar y oscurecer en solo minutos la entrada del bar. Tlaloc hace acto de presencia y amenaza con crear estragos entre los habitantes de tan jodida ciudad. El clima está jodido, los cambios bruscos de temperatura son solo una advertencia para lo que les vendrá después.

Sabes, también escuché muchas palabras, de todo tipo y creo que escribí muchas. Las palabras me han sido interminables. Ellas han tenido mucho significado en mí. No sé que hubiera hecho sin poder escucharlas o leerlas casi a diario. Me hacían pensar, sufrir, compadecer, despreciar, fornicar, odiar, admirar, envidiar y amar. ¿Qué no es esto la vida Alfredo? Las dulces palabras salidas de los labios de ellas. Un “me gustas” o un “ayer estuve pensando en ti” que brotan de sus labios como geranios en un hermoso patio. Pero las palabras duras que utilizan aquellas personas que se las apoderan siendo éstas muy importantes y claves diciendo, por ejemplo: “por la libertad tenemos que tomar estas medidas” o “la democracia exige un orden social irrenunciable” o “Dios te ama hermano” de estas son tantas, tantas que cansa escucharlas como escudo de barbaridades humanas, de vejaciones, de robo, de explotación.


Mis palabras, en verdad, son sinceras querido Alfredo, no busqué darles un sentido erróneo para nosotros, no quise sacarles provecho inservible, frívolo. Quise decirme a través de ellas. Creo que se prestaron muy bien al descender de mi mente, parar por mi pecho y salir expulsadas casi inmediatamente por mis brazos, manos, dedos, pluma y papel.

El golpeteo de la lluvia allá afuera en el concreto y la llegada de esa magnífica brizna de aire frio a mi espalda, me hacen pensar que he sido muy afortunado. Tal vez, solo tal vez, valga la pena estar aquí y ahora, contigo.

Te estima, te aprecia y te desea lo mejor de esta vida:


Tu amigo José.

Posdata: te pido que me hagas el favor de divulgar esta carta a todos mis conocidos. Es una hermosa manera de decirles adiós.


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El joven firma la carta, la dobla. Nota en la cuenta, que le ha traído la mesera, que ha tomado mucha cerveza y que tiene que pagar demasiado. Pasa al baño en medio del alboroto juvenil que a esa hora de la noche se da y en un arranque de rabia, tira la carta al bote y cierra la puerta. Al salir el aire frio de la calle lo obliga a ponerse su chamara y perderse en la calle Donceles no sin antes, claro, prender un cigarrillo, su último cigarrillo antes de llegar al tren.