Una vez Ricardo, poco antes de morir, me dijo que todos
tenemos monstruos que invaden nuestras mentes. Decía que los hay mansos como
cachorros que son fácilmente domables con la edad y el apoyo de los seres
queridos. Pero que los hay también brutales en el trato, que destruyen a las
personas desde dentro provocándoles pesadez y una tristeza eterna como las
noches en la playa.
Te dejan mudo ante el regaño humillante del patrón y te
quitan la palabra precisa ante la mujer amada. Son como piquetes constantes en
el cráneo mientras intentas ver más allá. Se alimentan de tu imaginación y se
aprovechan para tu mal de todos los libros que has leído. Básicamente te
sabotean la vida porque simplemente odian ser parte tuya.
Desgraciadamente
Ricardo los tuvo y una mañana de noviembre, frente al sol del sur de la ciudad,
se cortó la garganta para obligarlos a salir de él.
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