
Te dejan mudo ante el regaño humillante del patrón y te
quitan la palabra precisa ante la mujer amada. Son como piquetes constantes en
el cráneo mientras intentas ver más allá. Se alimentan de tu imaginación y se
aprovechan para tu mal de todos los libros que has leído. Básicamente te
sabotean la vida porque simplemente odian ser parte tuya.
Desgraciadamente
Ricardo los tuvo y una mañana de noviembre, frente al sol del sur de la ciudad,
se cortó la garganta para obligarlos a salir de él.
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