Entonces rásquese un poco la cabeza, pula sus lentes hasta el rechinido de rigor. No piense en ella por un minuto, por muy difícil y aterrador que le sea. Cuando haya hecho esto, fije la mirada en el atardecer rojizo-amarillento-celestial y, tras un breve suspiro, piense mientras sonríe en lo siguiente:
Infinito e inmortal amor/ que brilla a mi alrededor como un millón de soles/ que me llaman y me llaman a través del universo.
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