viernes, 27 de febrero de 2009

Te Vi Hace Poco Papá.

Septiembre del 2003.



¡Lucha! La lucha es la vida, tanto más intensa cuanto más viva sea aquélla.
Y entonces habrás vívido; y por algunas horas de esta vida no darás años de vegetación en el cieno del pantano.
Lucha para permitir a todos vivir esta vida rica y exuberante, y ten por seguro que encontrarás en esta lucha goces tan grandes, como no los encontrarías parecidos en ningún otro orden de actividad.
Tal es cuanto puede decirte la ciencia de la moral: a ti te toca escoger.
Kropotkin.


Querido padre:

-¡Hola!, ¿Cómo has estado?-

Espera, no te molestes, te digo esto porque es muy de mi costumbre iniciar así las cartas, no obstante sé que estás bien, pues también sé, que siempre fuiste muy noble y humilde y por lo tanto, tu alma seguramente estará tranquila y en paz con la naturaleza que es la verdadera creadora de todo a nuestro alrededor.

Te escribo esto porque me he dado cuenta de que te he visto varias veces en diferentes rostros y en diferentes lugares que siempre me han sido muy comunes. Tu rostro y tu cuerpo son idénticos a la gente que siempre me ha llamado la atención, en verdad, ¿no me crees?, mira atento y sin perder detalle por menor que sea:


Te vi en el cuerpo de un hombre que estaba marcando líneas chuecas en el cemento fresco, aquí, afuera de la casa, estaba como queriendo embellecer algo que ya es muy común y homogéneo; te vi en el cuerpo de un hombre que conducía un camión, deteniéndose cada vez que sonaba ese timbre molesto, y al fondo escuchabas los cláxones de los conductores fastidiados por tu tardanza. También te vi en la tele, en el cuerpo de aquel hombre apuñalado en medio de la calle por desafiar al imbécil portador de una ley absurda y antinatural; la policía lo apuñaló en la espalda y culparon a un vago que iba pasando por allí. Te vi en los ojos tristes y apagados de un inmigrante salvadoreño, guatemalteco, costarricense, nicaragüense, panameño y hondureño que viajaba colgado de los cajones del tren que va para el norte, con la esperanza de cruzar la frontera sin que lo maten a tiros, llevaba sólo una bolsa con su ropa, un galón de agua y una esperanza de aferrarse a la vida por los suyos. Te vi en la cara de aquel preso que pide ser liberado por ser inocente, esta frase que en solo México puede ser cierta, esta frase que hace llorar a su esposa e hijos cuando los obligan a prestarse a los inhumanos cateos antes de entrar a verte.

Te vi en el cuerpo de un hombre, de tantos, parado afuera de una fábrica en busca de un trabajo mal pagado, pero también te vi, a la vez, saliendo de ella aburrido y atormentado por las fastidiosas horas de labor incesante aunada de humillación y hartazgo. También te vi en aquel campesino al cual le pagaban una miseria por horas y horas fatigosas de dedicación a la indiferente semilla que no sabe de la ley de la oferta y la demanda, de la escasez y el excedente, de los mediadores y de los transgénicos etc. Pero también te vi hace un momento en la cara de mis hermanos, que son tú y tú eres ellos.

Pero de todas estas visiones, la más extraña, es la que acabo de tener hace algunos instantes, y es la causa de que te escriba esto. Te vi en ese espejo, con barba y un pequeño bigote, tenías el pelo largo y negro, tu nariz era ancha, tus cejas eran pobladas y tu complexión se notaba delgada. Me miraste extrañado y con lágrimas en tus ojos cafés oscuros, me dijiste: ¡nunca me he ido de tu lado hijo mío! Yo, en ese momento, suspiré y partí tranquilo por el resto de los años por venir…

En resumen, te diré que te he visto en tantos lados, que siento que estás siempre conmigo dentro de cualquier cuerpo malgastado, quemado por el sol y explotado por la culpa de los hombres de siempre, esos hombres que heredé, gracias a hombres como tú, como enemigos.

Sabes, he decidido desde hace algunos años jurar que haré todo lo posible por ayudarte en tus múltiples personas que tomas en la tierra, pues al verlos a los ojos te veo a ti, y me siento bien cuando me dan las gracias, cuando me dicen que personas como yo hacen falta en el mundo y sobre todo en este país tan humillado y vejado por una camarilla de imbéciles que no saben todo en mal que nos hacen al hacer uso de su principio de autoridad que tanto he aborrecido desde que tengo conciencia de mi como un ser social.

Este juramento me ha condenado, sabes, hoy toda mi vida gira alrededor de este ideal de ayudar a quien se ponga en frente, mi esperanza radica en morir siendo justo y libre, pues la libertad es el bien más preciado para los que llevamos tatuado en el corazón la primera letra del alfabeto. Y si logro morir de esta forma, te juro, moriré tan feliz que nadie podrá arrancarme de mala manera esta última satisfacción.

Sin más por el momento, me despido de ti, esperando que te presentes en las mentes de mis hermanos que han perdido el hilo de las razones profundas de tu muerte. Sin más por el momento. Me pongo a tus órdenes y soy tuyo.

PD. A donde quiera que estés salúdame a gente afín a lo que creo, así cuando llegue yo, que bien a bien tal vez no falte mucho, me presentarás con ellos más fácilmente. Pero si estás en el cielo, tal vez nunca nos volvamos a ver, así que olvídalo.


Tu hijo Adolfo.

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