viernes, 26 de diciembre de 2008

Los Ecos de los Sonidos Perdidos.



19 de Febrero de 2008


-Este pueblo está lleno de ecos.
Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras.
Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos.
Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír.
Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes.
Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen.
-Eso me venía diciendo Damiana Cisneros mientras cruzábamos el pueblo.
Juan Rulfo. Pedro Páramo.
San Diego de la Unión, Guanajuato, México.

El zumbido del pequeño grillo a lo lejos hace que el joven, sentado en la tierra seca y agrietada del campo, sepa que no haya nada a su alrededor por muchos cientos de metros. El silencio lo acorrala y le exige un sonido, por pequeño que sea, que le de indicios de que sigue con vida aún. Éste suspira y el silencio rompe de tajo lo que es la verdadera muerte. Los pensamientos detonan como una bomba, a la cual su conteo de veinticinco años ha llegado a cero. La tierra se levanta en un pequeño tornado y le obstruye los pulmones mientras el joven inclina la cabeza hacia adelante y expele tierra mojada. Se toma de la cabeza con ambas manos y empieza a llorar por los recuerdos que pasados están para todos y presentes llegan constantemente para él y su pequeña soledad.

De súbito, abre los ojos y ve la total oscuridad que se mezcla con imágenes, ¿Cómo se dice? ¿Fugaces? Sí, fugaces de pequeñas figuras inanimadas que juguetean con los forasteros a quitarles el alma y llevárselas a su casa en el fondo del ejido. Él no se deja y forcejea, pues le importa mucho su alma porque de hecho no es de él, ya que si lo fuera la daría con todo gusto a cambio de un buen consejo de la madre raíz, pero como no es de él, pues se ve en la obligación de defenderla hasta la muerte. Estas fuguras se enojan y se burlan majaderamente de su gran nariz. El joven la acaricia y piensa que en realidad no es tan grande, pues hay cosas enormes que él ha visto, como edificios, o montañas, o mares. Y se dice para concluir: esos sí, son enormes.

Un susurro de lo profundo de la tierra y tal vez de sus pensamientos también, parece que dice que hoy la luna busca cómplices que quieran verla como es en realidad. Él mira hacia el cielo y solo ve nubes oscuras que tapan los rayos de luna proyectados antes hacia el monte, sí, un monte donde hay coyotes que venden miedo a cambio de que les enseñes a no matar para sobrevivir. El joven, en su estupidez bárbara, propia de humanos, se pregunta si esto acaso es posible.

–Todo es posible. Le dice un coyote mientras le huele el tenis y lo rodea con pasos lentos y precavidos. Segundos después toda la manada de coyotes lo rodea y lo miran sin perder un detalle. Le preguntan si viene de la tierra donde nadie conoce a nadie, y si es que los conoces, en realidad no es así porque todos guardan apariencias que a los animales les parece no rara, sino propia de imbéciles.

-Sí, yo soy de allá donde el diálogo es en realidad un monólogo. Les contesta a la vez que se para raudo y se sacude la tierra todavia caliente del trasero.
-Debo ir al monte a buscar sonidos pasados que se quedaron atrapados en las cuevas, sonidos que tuve que dejar al partir de vuelta al lugar de donde hoy vengo. Les dice a todos tratando de buscar en sus miradas, cautelosas, una amigable.

Los coyotes se miraron extrañados por las palabras del joven, pues sabían que los ecos del sonido que toma el joven como suyos nunca dejaron de oírse en el monte, estos sonidos los alebrestaban cuando el hombre común venia por las noches a cortar leña. Estos sonidos los animaban a enfrentarlo y a acabarlo de una vez por todas. Pero en la tranquilidad y sin turbaciones, los arrullaban y les pasaban la mano por la cabeza a la vez que les decía que en el monte estaban a salvo. En resumen, los ecos de los sonidos del joven eran furiosos al ataque y dóciles al cariño. Los coyotes se miraron entre si y, entonces, decidieron darle alcance rápidamenteal joven y pedirle que no dejara entrar de nuevo por su boca a los sonidos que llevaban como ecos en el monte, y que ellos ya tomaban como suyos, por más de veintidós años.

-Los ecos de tus sonidos están bien en el monte- le dijeron al darle alcance y tratar de detenerlo poniéndose en su camino.
- Ellos logran paz en la tranquilidad y fuerza en la brutalidad. Son parte nuestra, es como si nosotros habláramos claros como los hombres.

-Esos sonidos son humanos, y por lo tanto ajenos a ustedes -
les respondió el joven sin pararse ni un momento. -La raíz dice que los sonidos deben volver a mi, por eso he venido de tan lejos, ellos son parte de mi, sin ellos he sido nada, ellos me explican y yo los utilizare de la mejor forma.

Después de esto el joven empezó a subir al monte, libró matorrales, nopaleras y serpientes que se unieron para apoyar a los coyotes. La luna buscó iluminarlo y la raíz, aclarar su mente.

-Ya se dejan sentir los ecos.- Dijo atormentado y mirando para todos lados un coyote.

-Buscan desesperados al joven, pues ya lo sintieron. -Dijo otro en posición agresiva.

Los ecos de los sonidos rodearon la figura del joven, buscaron similitudes con el pequeño niño que veintidós años antes los dejó al gritar en el monte que le dolía la muerte pero que mataría para defender la vida. Al cerrar su boca ese pequeño niño años atrás, los ecos de los sonidos ya no pudieron entrar y tuvieron que refugiarse entre los lobos.

Los ecos de los sonidos perdidos al joven le dijeron en ese momento:
-Defender la vida da da da da!- Y aprovecharon la inhalación del joven para entrar en él y reconocer las entrañas hoy malgastadas por los tiempos.

Después de esto el joven se sintió extraño y renacido, bajó del monte y la luz que emana de la luna le aclaro los ojos y la mente. Los lobos lo miraron pasar a su lado y él ya no les dijo nada. Su andar ya no pudo vacilar jamás. Después de esto, los coyotes desaparecieron del monte. Hoy son ecos de los ecos que el joven les robó.

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